María, la frontera y el camino y Camino negro: la novela río de Mª Luisa Picado.

Sonará un poco presuntuoso por mi parte, pero lo cierto es que son pocas las veces en que un texto realmente me sorprende y me conmueve a la vez. Los temas literarios remiten a unos pocos arquetipos más o menos escondidos, los estilos se unifican o se rastrean con cierta facilidad, las construcciones narrativas se despejan con fórmulas raramente originales. Pero a veces, hay algún tema brillante, una trama hipnótica, un desarrollo voraz o una voz que toca una tecla olvidada de tu mapa emocional, que te recuerdan porqué leemos y porqué no podemos dejar de hacerlo.
En este caso mi agradable sorpresa es una voz que oyes y que conoces, reconoces, y que te habla directamente desde el propio conocimiento que ella parece tener de ti, lector, recordándome las palabras sobre el ojo y la mirada que lo define que tan atinadamente encontró Machado:
 "El ojo que ves no es 
 ojo porque tú lo veas;
es ojo porque te ve."

La voz de Mª Luisa, con su sencillez y su falta de pretensiones más allá de la narración comunicativa, se define y se construye a sí misma, con una fragilidad que necesita del puerto seguro de la buena voluntad lectora para encontrarse a salvo y florecer del modo más humildemente bello.
Como una planta medicinal, es bálsamo para muchas heridas -entre ellas las propias y no en menor proporción-, remedio para olvidos y refuerzo para la memoria dormida. Sus recuerdos nos llevan de la mano hasta sumergirnos en los nuestros, que seguro que en muchas ocasiones se entrecruzan y coinciden: las penurias de guerra y posguerra, las tribulaciones de las gentes sencillas, las pérdidas, los esfuerzos familiares y personales por mantenerse a flote con apenas un rayito de esperanza y muy pocas posibilidades.
Con su manera de explicarnos, sin florituras innecesarias, transmite tanto o más que  autores mucho más bregados y complejos en su búsqueda de llegar al lector.  Sus historias hablan de  tristeza y supervivencias que muchos hemos oído por boca de familiares o amigos, de primera o de segunda mano, pero tan impactantes que hielan y acaloran a la par.
Sus personajes adquieren entidad propia y se salen de la página para recordarnos que de la historia más sencilla y los acontecimientos más pequeños puede nacer una gran obra que nos llegue hondo y nos hace plantearnos si la historia no debería ser escrita tan sólo por los ganadores, porque sus protagonistas más humildes fueron legión, enmudecidos, arrinconados, y perdieron mucho cuando apenas salvaron la vida a cambio.
Entre sus líneas encontraremos costumbres que perduran y muchas otras que se pierden ( llevar una muda limpia -la mejor muda, la que a menudo acababa vistiendo a un difunto en su última salida- o reservar un pijama por si hay que ir al médico, el velar a los muertos en su propio hogar, dolorosa ocasión para ofrecer lo que no se tiene, reunir a la familia y saber de amigos y conocidos, de cerrar tratos, de iniciar negocios...triste versión del mercado o los bailes) y un buen puñado de historias que parecen  contadas a la luz de un candil, al olor del fuego de leña de jara, de cuando hacer jabón o cultivar un huerto era tan necesario como caprichoso es en nuestros días, de un tiempo en que se conocía a todo habitante de los alrededores y todos los caminos y señas de la comarca,  de ir caminando a todas partes a falta de cualquier otro medio de trasporte; tiempo de estraperlo por necesidad, de ilegalidad y ocultación por supervivencia; tiempo de heredar ropa de conocidos más pudientes, de empleadores y, sobre todo de hermanos mayores a pequeños, de aprovecharlo todo y no tirar nada, porque nada había y toda posesión era realmente valiosa; tiempo de sacrificar ganado en fiestas señaladas, en caso de poseerlo, de compartir y colaborar, de canciones tradicionales, de trasladarse en pos de un trabajo, de reivindicaciones posteriores, de intentos de salir de la misera, de dar a los hijos lo que no tuvieron los padres, de seguir luchando en pos de una esperanza vana... Tiempos en que los faldones de las mujeres escondían hambre, trabajo, desgracia, dolor y tristeza, en que los zulos fueron para uno o para cientos,  fatigas soterradas en el seno de la madre tierra en minas, ocultamientos y sepelios.

Aunque son dos libros independientes, lo cierto es que la obra de Mª Luisa Picado Silva puede leerse como una novela río, siguiendo los pasos de aquellas gentes humildes que probaron a sobrevivir y medrar en los tiempos más oscuros de nuestra historia moderna.
En María, la frontera y el camino (desde aquí suplico una nueva edición revisada ), la historia de María, su familia y vecinos se nos agarra al alma sembrando imágenes que arraigan con facilidad: penurias con un pié a cada lado de la frontera hispano-lusa, entre una naturaleza tan hermosa como desasosegante, sorteando peligros y carencias trapicheando mercancías entre uno y otro lado, sometidos a la autoridad inclemente, a la falta de casi todo, a trabajos itinerantes e intermitentes, siempre escasos e insuficientes, a enfermedad, vidas duras y muerte.
Camino negro avanza en el tiempo en pos de un ligero resplandor que parece despuntar por el horizonte de estas gentes fatigadas, ahora encargadas de arrancar a la tierra su riqueza a cambio de apenas las limaduras. A lo largo del camino apreciaremos sus esfuerzos, tantas veces peligrosos por uno u otro motivo, lo mucho que sacrificaron y lo mucho que se arriesgaron para conquistar tantas cosas que ahora damos por sentadas cuando España aún no salía del blanco y negro. Un blanco y negro que parece volver con cada nueva nota informativa, un gris que deberíamos recordar y no dejar que de nuevo golpee nuestras vidas. Leed y recordad que estos personajes nunca lo fueron, que la verdad se esconde tras la línea impresa y que lo que realmente cuenta es todo aquello que les aconteció, a los suyos, a los tuyos, a los nuestros.

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Y si queréis conocer un poco más a la autora, no dejéis de ver esta entrevista.

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